“Tengo que enviar sin falta ese correo electrónico”. “Que no se me olvide repasar el informe para el trabajo”. “A las 12 hay reunión de padres”. “A ver si tengo tiempo de pasar por el supermercado antes de buscar a los chicos del colegio”. “¿A qué hora tienen clase de inglés?” “Hay que sacar la ropa de la lavadora”. “¿Qué podemos cenar hoy?”. “Los platos siguen sucios, si no lo hago yo no lo hace nadie...”.
¿Te suena este flujo constante de pensamientos? Miles de mujeres son afectadas por esto en su día a día. Este bucle de ideas responde a la llamada carga mental, un concepto muy poco conocido pero de lo más común, de vital importancia para la salud psíquica.
El término se refiere al conjunto de tensiones que surgen generadas en un contexto exigente, se aplica en muchos ámbitos de la vida cotidiana, tanto en lo personal como en lo laboral. Y tiene mucha mayor prevalencia entre las mujeres, sobre todo durante la maternidad. “Este tipo de carga hace referencia al esfuerzo cognitivo y mental producto de la realización de ciertas tareas domésticas que afectan el bienestar físico y psicológico de la mujer”, explicó Gabriela Silva Molina psicóloga y sexóloga.
No hablamos tan solo de cuestiones laborales, porque el ámbito doméstico y familiar también es parte fundamental de la ecuación, ya que demanda gran atención y provoca un peso importante a la hora de desglosar esa carga. Por lo tanto, hablamos de un estrés psicológico adicional, fruto de la presión doméstica y laboral. Tengamos en cuenta que la actividad doméstica no sólo implica lavar y planchar, sino también la planificación, organización y coordinación de muchas responsabilidades familiares. Por ejemplo, estar pendiente de la salud, la educación y todo lo que conlleva el cuidado de los hijos.
El problema de esta carga mental es que nadie la valora porque es invisible y, en general, en la sociedad no se reconoce el trabajo doméstico y se asume que es algo casi instintivamente femenino. Además, muchos hombres solo esperan que la mujer les diga qué hacer y creen que la repartición de las tareas del hogar es equitativa, cuando no lo es. “Es algo muy común. Muchas se ven afectadas de diversas formas, ya que no todas cuentan con los recursos y las mismas responsabilidades a la hora de hacerse cargo de las tareas”, declaró la profesional.
¿De dónde surge el mito de que las mujeres tienen más capacidad para encargarse de la casa? Silva aclaró que esta idea es una construcción sociocultural nada inocente. “Desde el inicio de la construcción familiar, se impuso la división de género en el trabajo, y las mujeres se dedicaban al cuidado de la casa y de los hijos, mientras que los hombres eran considerados el sostén económico de la familia. Durante mucho tiempo, los niños y niñas fueron criados bajo ese mandato social y familiar, en el que a las niñas se les inculcaba que su rol a futuro debía ser el cuidado del hogar”, describió en alusión a las generaciones anteriores. Resaltó la importancia de que los menores sean educados y reflexionen sobre las normas y roles de género. “Asumir los estereotipos del rol de la mujer produce creencias limitantes, es fundamental tener una comunicación activa para la mejor gestión de las tareas del hogar”, dijo.
¿Pero a qué costo?
Según la experta las consecuencias físicas y psicológicas no se producen de la misma manera en todas las mujeres; pero en la mayoría se destaca la fatiga mental, lo que disminuye la atención y la capacidad de concentración. “Al tener a cargo tantas responsabilidades se produce una lentitud en el proceso de información, es decir, que esa carga genera tanta tensión que las mujeres tienen a sufrir accidentes domésticos, olvidos temporales, entre otras dificultades”, puntualizó.
Agregó: “A nivel emocional, sienten diferentes tipos de malestares, como irritabilidad, nerviosismo, frustración, tristeza o ansiedad. Este modo de vida displacentero puede provocar síntomas psicosomáticos”.
Una de las tantas que sufren las consecuencias de la doble carga mental es Ivana Arroyo. Tiene tres trabajos, estudia y es madre a tiempo completo. Cuando llega de su trabajo, se encarga del cuidado de sus hijos y de la gran mayoría de las tareas del hogar. “El mandato social nos impone que nosotras podemos con todo, que la cocina es nuestra y tenemos que cocinar con amor, debemos limpiar y que quede todo perfecto. Tenemos que ser madres atentas, esposas ideales y después afuera ser una gran profesional que se va ganando su lugar en el ambiente laboral…”, expresó desde su experiencia.
Es asesora pedagógica en dos escuelas, recibe pacientes en un consultorio y está estudiando para ser licenciada. “A veces me quedo en blanco y es porque estoy pensando en tres problemas al mismo tiempo. ¿Qué tengo que hacer para la escuela?, ¿cómo puedo solucionar este problema del consultorio?, ¿cómo sigo la tesis?, ¿mañana hago puré o ensalada?”, relató dando ejemplos de sus pensamientos diarios.
Ivana agrega que las mujeres inconscientemente asumen ese rol en un sentido heroico. “Somos las que podemos con todo y más. ¿Pero a qué costo? Al costo de terminar descuidando cuestiones personales. Ser una esclava de la casa, del trabajo y quedar en el último lugar de importancias”, dijo finalizando su reflexión.
Ella, como miles de mujeres multitarea, vive una vida a contrarreloj, cronometrando su lista infinita de actividades para no fallar en ninguno de los ámbitos donde su presencia es indispensable. Indica que sufre de estrés y un estado de ansiedad que muchas veces se traduce en insomnio, estados de ánimo cambiantes e irritabilidad.
Soluciones y avances
Sin dudas en los últimos años hubo una evolución positiva en la percepción de la participación en las tareas domésticas. Sin embargo, todavía no es suficiente por lo que es necesario fomentar la educación desde la infancia para que este tipo de mandatos sociales se modifique y las tareas sean compartidas.
Detectarlo es el primer paso para poner solución al problema pero, ¿qué hacer con esa carga mental una vez detectada si la vida que tenemos no la podemos cambiar? Para Fernanda Mónaco, psicóloga especialista en género, la colaboración y el consenso permiten que el entorno familiar sea más armónico y que las tareas domésticas sean más equitativas. “Padre y madre tienen igual deber en relación al cuidado de los hijos, al funcionamiento de la casa y la comida”, expuso.
¿Cómo podemos lograr ese bienestar? le consultamos, a lo que respondió: “En principio equiparar las tareas con la pareja o convivientes. Es importante que todos entiendan que no se trata de ‘ayudar’, es contribuir con su parte. La pareja tiene que compartir las responsabilidades domésticas y parentales en un 50 y 50”.
Además destacó la importancia de priorizar nuestra salud mental. Desarrollar proyectos personales y actividades por fuera del trabajo o de la familia. “Fundamentalmente no callarnos las cosas y continuar con la visibilización estas cuestiones”, cerró la profesional, que concluye en que la asignación de tareas con roles de género puede y debe ser modificada.
(Producción periodística: Victoria Reinoso)